En los últimos días estamos asistiendo a una lamentable utilización política de los actos pasados, sin duda cuestionables, del rey emérito, por parte del Gobierno y sus socios.
Por todos es sabido que la izquierda radical y el nacionalismo aprovechan la mínima oportunidad que se presenta para tratar de desprestigiar al actual monarca. El cual, dicho sea de paso, inmediatamente ha procurado, con el buen juicio que le caracteriza, desmarcarse de las fechorías de Juan Carlos I – como viene haciendo cada vez que éstas se hacen públicas.
También es de sobra conocido el gusto del Gobierno y sus secuaces por levantar cortinas de humo que oculten sus propias vergüenzas. En este caso, podríamos hablar del escándalo del vicepresidente Pablo Iglesias y su asesora, Dina Bousselham, de la lamentable gestión de los innumerables rebrotes de Coronavirus por todo el país, o del bochornoso rescate económico europeo – del cual el ejecutivo, como era de esperar, está dando buena cuenta ya, antes siquiera de recibirlo.
Muchos de los que hoy emplean de manera torticera el historial de Juan Carlos I para atacar a Felipe VI se declaran republicanos. Entre otros, utilizan habitualmente el peregrino argumento del coste de la monarquía para reivindicar el modelo republicano. Pues bien: la Casa Real, de acuerdo con los Presupuestos Generales del Estado, recibe del Estado 7.887.150€ (unos 17 céntimos de euro por español), una suma inferior a los 9,3 millones de euros que ha recibido el partido de Pablo Iglesias de la teocracia (que ya no monarquía) iraní, y de todo punto irrisoria si la comparamos con lo que los expertos en economía estiman que costaría instaurar una república en nuestro país (cerca de 350 millones de euros, según el Economista).
La izquierda y sus (extraños) socios nacionalistas insisten en desmerecer la intachable labor de Felipe VI, y, como en el caso de lo ocurrido en el Parlamento catalán, exigen (desconocemos con qué legitimidad, siendo que el Presidente catalán, Quim Torra, lleva meses inhabilitado por la justicia) la abdicación del actual monarca. Frente a ellos, y conscientes del trasfondo de esta desnortada operación de descrédito, nuestra labor no puede ser otra que la de defender con rigor y valentía la figura de un rey que ejerce sus funciones con limpieza y responsabilidad – en contraste con el que, sin duda, es el peor Gobierno de la historia reciente de nuestro país.
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